Sobre el ágape
Uno
de los temas centrales en la vida de todo ser humano es, sin duda, el amor.
Todos estamos claros en aceptar la idea de que el amor es el corazón de la vida
humana. Nada podemos comprender, ni vivir plenamente, de espaldas a él. El amor
es una palabra fundamental, pero que ha perdido potencia debido al abuso que
de ella se ha hecho hasta el punto de haberse erosionado su significado
original. Hoy significa tantas cosas que, muchas veces, termina por no
significar nada. Una palabra vaciada de existencia, que ha servido para
darle forma a ideas que van del Dios-Hombre al Hombre-Dios, pero desde labios
histéricos, muchas veces esquizofrénicos. Un campo de batalla conceptual que
pasa de la nada, a la idea cristiana de Dios Amor que se hace hombre, o a la idea
de la divinización del hombre llenándolo de entusiasmo dionisíaco, pero que, al
no penetrar en el conocimiento, no logramos advertir que todo esto forma parte
de un proceso complementario, fragmentado y separando más el campo semántico de
la palabra amor, lo cual abre las compuertas para discernir sobre el amor a la
patria, a una ideología, un trabajo; el amor a la familia, a los amigos, hasta
el propio amor de Dios. Por ello, creo que es importante volver a indagar en el
origen de la palabra amor para hallar las fuentes que definen y aclaran lo que
hemos llamado ágape. ¿Qué es el ágape? ¿Y qué sentido tiene en la vida
cristiana?
Para
dar respuesta a la pregunta comprende que debe volver al origen, al inicio, a
la esencia fundamental del misterio de la palabra que se hará carne. Inicia su
indagación a partir de los griegos centrándose en Platón y, sin duda, en los
discursos desarrollados en El Banquete.
Discursos desplegados en torno a distintas alabanzas a Eros, el dios
aparentemente olvidado por los poetas. Palabra que, al mismo tiempo, denota lo
que específicamente llamamos amor. Los griegos hicieron una clasificación de
los tipos de amor según la manera en que este se manifiesta. En tal
sentido, el amor pude clasificarse de tres modos: eros o amor erótico, es el amor humano corporal entre los esposos. Philía casi siempre con un sentido de
afecto amistoso y familiar, por ello, la
significación más usual para esta palabra es: estimación, afecto, amistad.
Es este el tipo de amor profundizado en el Evangelio de San Juan para
expresar más exactamente la relación entre Jesús y sus discípulos. Y
tenemos una última manifestación, ágape
que define un sentimiento general del amor. De significación semejante a
philía, pero cuyo uso, al parecer, comprende verdadera relevancia a partir de
la Biblia griega del siglo III a.C., y en el Nuevo Testamento, donde expresa el amor de Cristo por el hombre y el amor
del hombre por él; es amor, caritas, en su versión latina. Viene para darle
otro sentido a eros, para brindarle al Cristianismo una novedad esencial,
es decir, su modo de entender el amor. Su mejor explicación la podemos hallar
en la 1 Carta de San Pablo a los
Corintios, capítulo 13.
El
amor del que nos habla el apóstol es un poder activo; un poder que atraviesa
las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás
capacitándolo para superar su sentimiento de aislamiento, y no obstante
permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor, afirma Erich Fromm,
se desnuda la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, a pesar de
ello, siguen siendo dos. El amor-ágape, partiendo de esta ruptura de barreras,
nos abre a la posibilidad de comprender que la mayor felicidad se encuentra en el dar y no en el recibir,
considerando que en el corazón del dar nos volvemos un don, es decir, expresión
máxima y sublime de la vitalidad del cristiano. Este tipo de amor transforma al
hombre, a todo hombre en un don, en una entrega constante y permanente. En las
fuentes de este amor se encuentra el origen del servir, ya que, como lo
expresaba Santa Teresa de Calcuta, donde
está Dios hay amor, y donde hay amor siempre hay apertura a servir. Cuando
tenemos el corazón desprendido de toda causa terrena, es decir, cuando nos
abandonamos al amor de Dios, entonces sí podemos entregarnos al servicio desinteresadamente.
Sin
perderle pista a estas ideas expuestas, pasemos a otra dimensión de la palabra
ágape, pues tiene, además de lo expuesto, otra significación. A partir del siglo XIX se designa con este nombre
a la comida fraternal inspiradas en los banquetes compartidos por los
cristianos de los primeros siglos. De tal manera que, podemos decir con
confianza, ágape alude a la comida
fraternal de inspiración religiosa destinada, justamente, a estrechar lazos de
ternura y afecto entre los miembros de la comunidad humana. La cena de
aquel jueves entre Jesús y sus discípulos, fundación de la Eucaristía, es signo
no sólo de lo antes expuesto, sino formulación plena del sentido del amor
cristiano: la entrega servicial del hombre hasta las últimas consecuencias,
pues este amor está sostenido en la fe y la esperanza, aunque, como sabemos, de
las tres, el amor es la más importante.
Este
amor nos impulsa siempre a acompañar por el camino a cada uno de nuestros
hermanos entre esplendores y espantos.
Un amor que nos induce a defender la
causa del pobre y del indigente, pues es allí donde se conoce a Dios (Jer
22,16). Un amor que impulsa al hombre a comprender que Dios no quiere sacrificio, sino misericordia (Mt 9,13-12), pues es
un amor que siempre va a privilegiar la solidaridad, la compasión y la
fraternidad humana. Por ello, los discípulos de Emaús reconocen al Señor en la
fracción del pan, pues en ese pequeño gesto está la entrega absoluta de su
cuerpo, es decir, de su historia, de su biografía y su capacidad de compartir
promovido por ese mismo amor. Este amor crea una apertura radical en el
corazón y en la mirada que permite reconocerlo como hijo del Altísimo. Por esta
razón, Charles de Foucauld comprendió que cada hombre tiene un ángel guardián
que lo ayuda a resplandecer de belleza y de poder. El banquete que compartimos a partir de estas premisas es el que
reconocemos como ágape, es decir, aquel en que cada comensal es entrega y
recibimiento amoroso de una comida vista como materialización de amor, comidas
y bebidas preparadas con amor para agasajar, no al otro, no al extraño, sino al
prójimo, al hermano, es imitar la
preparación del banquete con el que el buen padre recibió al hijo pródigo. Al
mirar a Cristo, al penetrar en su amor y dejarnos poseer por Él, hallaremos el
camino para entrar en contacto con el amor-ágape. Un amor que nada quiere, pero
lo acepto todo; que nada pide, pero recibe todo, pues sólo existe el dar, en la
transformación del ser humano en donación al otro, tal y como lo corroboraron
de primera mano Cleofás y el otro discípulo cuando, en una ofrenda de amor, aquel
peregrino compartió pan y vino siendo este, no sólo el primer ágape luego de la
resurrección, sino la primera eucaristía del Señor una vez superada la cruz del
Calvario y la muerte. JESUCRISTO HA RESUCITADO… EN VERDAD RESUCITÓ.
Laus Deo. Virginique
Matri. Pax et Bonum
Comentarios
Publicar un comentario